COMPONENTE COGNITIVO-PENSAMIENTO. FACTORES SOCIALES
Este componente se refiere a lo que el individuo piensa y como consecuencia siente, en relación a la situación, y se manifiesta como sentimientos de preocupación, temor, inquietud y pensamientos anticipatorios sobre que algo indefinido y catastrófico va a ocurrir. Aparecen dificultades de atención y concentración, ya que se muestra una atención selectiva a los estímulos que provocan la ansiedad.
La capacidad humana de planear con cierto detalle el futuro tiene relación con la sensación persistente de que las cosas pueden salir mal y que debemos estar mejor preparados para ellas. Con cierto nivel de ansiedad aprendemos más rápidamente y actuamos mejor física e intelectualmente, por lo que tiene la función de prepararnos para afrontar amenazas futuras. La preocupación es el componente cognitivo de la ansiedad, sin embargo no toda preocupación resulta efectiva en la resolución de problemas, cómo la que deriva de una percepción excesiva de amenaza donde no existe o una preocupación que no resuelve problemas.
En cuanto a cómo procesamos la información que llega a nuestro sistema nervioso a través de nuestros sentidos, podemos distinguir dos formas, una automática y otra controlada. La primera es inconsciente y analiza la información en paralelo y rápidamente, la segunda requiere atención consciente, es secuencial, más lenta, analítica y creativa.
Así un estímulo emocional relevante provoca una reacción automática e inmediata que produce una movilización inespecífica de respuestas, con el fin de preparar al organismo para la acción si ésta fuese necesaria y una parte de los datos ya procesados de forma automática pasan a los mecanismos de procesamiento controlado, donde se evalúan las características de la situación, y posteriormente la capacidad del individuo para enfrentarse a dicha situación. Aquí adquiere gran relevancia la valoración cognitiva que hacemos de nuestra capacidad para enfrentarnos a la situación adversa y solucionarla solventemente, ya que sí valoramos que no seremos capaces de dar una solución eficaz, nuestra preocupación y agitación aumentarán todavía más, retroalimentando todo el proceso asociado a la ansiedad. El hecho de poder tener una valoración positiva sobre nuestra capacidad de afrontamiento eficaz, se complica enormemente cuando no nos es posible identificar con claridad cual es la situación que requiere nuestra intervención, lo que nos deja en una clara situación de indefensión. Esto está en la base de la relación entre ansiedad y depresión; el caracter difuso de las causas que originan la ansiedad y por tanto, la dificultad de poder focalizar nuestros esfuerzos hacia éstas.
Una de las características de la ansiedad patológica es que la angustia y las preocupaciones que se experimentan están por encima de lo común. La preocupación y la tensión se vuelven crónicas aunque nada parezca provocarlas, se anticipan desastres o consecuencias negativas. El contenido de las preocupaciones puede ser el mismo que el de las personas normales, como por ejemplo las relaciones familiares, interpersonales, el trabajo, los estudios, la economía o la salud; lo que las distingue es que la ansiedad patológica es muy difícil de controlar o cortar, aun cuando se comprenda que la ansiedad es más intensa de lo que la situación justifica. En algunos trastornos existe una preocupación exagerada por asuntos menores como horarios y problemas cotidianos y, se orientan mal las habilidades de resolución de problemas existiendo mayor dificultad para tolerar la ambigüedad.
Llegados a este punto deberíamos preguntarnos cómo los mecanismos de estrés, miedo y ansiedad; que originalmente son herramientas adaptativas que nos permiten producir respuestas eficientes ante cualquier peligro presente o potencial; han pasado a ser la pandemia de las sociedades urbanas actuales, y lejos de servirnos para la solución de problemas se han convertido en un problema en sí mismos. Ya que el ser humano como organismo biológico, no ha tenido tiempo para realizar un cambio genéticamente sustancial, sólo podemos apuntar a lo que sí ha cambiado sustancialmente; y esto es la sociedad y su organización.
A partir de la última etapa del siglo XIX los occidentales basamos el desarrollo de nuestra sociedad en la creciente tecnificación, pensando que la ciencia y la técnica industrial nos darían todo el bienestar material del que nuestra especie había carecido hasta entonces, liberándonos de tareas repetitivas y rutinarias, descargándonos de horas de trabajo que se dedicarían al crecimiento personal, las artes, la cultura, el conocimiento y el cultivo del pensamiento. Y si bien, aunque hasta cierto punto es cierto lo primero, no ha sido así en absoluto con lo segundo. Otro aspecto que parece que no deseamos ver es que la Humanidad ha crecido en los últimos cincuenta años de manera exponencial, y si en la década de los sesenta éramos poco más de dos mil millones de seres humanos, ahora ya somos casi ocho mil millones y aumentando; queda poco espacio en el planeta, la densidad urbana ha crecido hasta límites cada vez más asfixiantes y la utilización de los recursos necesarios para mantener a esta masa de población, que antes se creían ilimitados, se saben hoy claramente insuficientes y están siendo sobrexplotados en una ciega carrera hacia adelante y sin sentido. En la última década además hemos “globalizado” el planeta, el estilo de vida consumista occidental es “El Dorado” que anhela la mayoría de la población del mundo, y es el modelo que el resto de sociedades están intentando alcanzar, para ver con tristeza cuando se acercan a él, que genera más problemas de que los que soluciona.
Hemos basado la “felicidad” en lo material, sólo cuenta lo tangible, la posesión y el disfrute de unos bienes materiales, que por muy abundantes que sean terminan dejando insatisfecho. El consumismo ha pasado a entenderse como una nueva forma de liberación, los objetos no sólo se compran por su utilidad, sino que se nos venden en una descarada manipulación, con un fuerte valor emocional subyacente que es falso, como símbolos de triunfo, belleza o status social. Nos hemos instalado en el relativismo de las ideas, ya no hay grandes ideales ni fuertes dogmas que sirvan como pilares para construir una existencia dotada de sentido, lo que ha obligado a buscar refugio en el cinismo y la ironía. El hombre tecnificado ha desdibujado el valor del ser humano, deshumanizándolo y reduciéndolo a objeto más que en cualquier otro momento histórico. En la era de la revolución de las comunicaciones, de la televisión, de internet y de las redes sociales, nos encontramos más incomunicados, aislados y solos que nunca, presos de una imagen pública y social que no somos nosotros. La competitividad ha sustituido a la colaboración, ya no hay que hacer las cosas bien, sino ser mejor que los demás, y serlo a cualquier precio y utilizando cualquier medio. Y la masificación y la globalización nos van igualando en la mediocridad y los lugares comunes, socializando la inmadurez, el egocentrismo y el narcisismo, elevando a los altares los aspectos más superficiales de lo juvenil: la belleza del cuerpo y el deseo hedonista. Hemos entrado de lleno en la época de la información, pero no del conocimiento, el acceso casi ilimitado a la información de hoy en día no se traduce en mayor criterio, no se “digieren” las ideas, no hay lugar para ver el bosque entre tanto árbol, es imposible centrar la atención por mucho tiempo en algo, por lo que devenimos en una sociedad dispersa y fluctuante, todo interesa pero no llega a construirse casi nada, y sin rumbo vamos a la deriva a la espera de ver pasar los días, de rellenar nuestro tiempo con todo tipo actividades, relaciones sociales que nos agotan, jornadas laborales extenuantes, hasta el tiempo de ocio lo hemos acelerado y ya no sirve para descansar, ni para conseguir una buena comunicación con nuestras personas próximas y fortalecer nuestros vínculos emocionales o desarrollarnos culturalmente. Y todo para no tener que asomarnos al vacío, el desconcierto y el vértigo de la nada que en realidad es esta existencia, la angustia del ser.
En esta maraña hemos perdido nuestra autenticidad como individuos al dejar que el grupo y la cultura definan quiénes somos, traicionándonos al someternos a lo que el sistema dice que debemos ser, dejando que otros definan nuestra identidad y por tanto, haciendo que veamos esa identidad como un objeto y no como sujeto, nos percibimos como extraños a nosotros mismos, ajenos; por lo que vivimos sin autenticidad, es decir, sin creer en nuestras propias posibilidades, en el desarrollo de nuestro potencial percibido para convertirnos en un ser único, para generar un patrón de existencia con estilo propio y original que es la realización, y esta actividad es la esencia del espíritu humano. Sin esta actividad el ser humano no fluye, y todo lo que no fluye se estanca y putrefacta. Al negarnos nuestra propia realización aparece la desesperación y la angustia, pero si nos hacemos conscientes de éste hecho, podemos conseguir que la ansiedad sea el comienzo de la afirmación del sí mismo, el reconocer nuestro miedo significa que empezamos a reconocernos como identidad viva frente a las posibilidades en las cosas, podemos crear en nuestro ser un mañana más auténtico que hoy.
Mucha de nuestra ansiedad se genera porque no estamos ajustados en nuestro interior, no nos sentimos en el camino de nuestra realización, por lo que esperamos con ansiedad un momento posterior en el que podamos sentirnos mejor, y como consecuencia no podemos vivir el momento presente, experimentamos insatisfacción, aburrimiento, apatía, y así ningún instante nos será satisfactorio, siempre estaremos huyendo hacia otro momento o lugar, sin vivir el presente, sin disfrutar realmente del momento y por tanto de la vida. La solución es recorrer el camino de la evolución interior, creciendo y madurando en pos de la realización. Lo importante es andar el camino y disfrutar con lo bueno y malo que nuestro recorrido vital nos ofrece, la meta solo ha de ser una referencia, ya que si la convertimos en un fin, estamos cayendo de nuevo en la trampa de la ansiedad y la angustia, ya anhelaremos estar allí. Madurar nos hace menos autorreferenciales, menos egoístas, y por tanto pierde peso nuestro sentido de autoimportancia, nuestro narcisismo y nuestra imagen idealizada, que son unas de las mayores fuentes de ansiedad al sentirse siempre amenazadas por "los otros", y consecuentemente nos hará desplegar nuestras estrategias defensivas sin posibilidad de resolución, ya que estaremos jugando al escondite con nosotros mismos. Hay que amarse a uno mismo de verdad y no de manera narcisista o egoísta, para poder crear el camino de crecimiento que nos permita la quietud interior y poder compartir ésta con los demás.
Nuestra sociedad no nos ofrece soluciones reales para nuestro crecimiento interior y nuestra realización, no nos permite vivirnos como seres auténticos, de ésta manera se nos mantiene en un estado permanente de miedo y ansiedad, de inmadurez narcisista; mediante el individualismo y la competencia se nos sustrae el sentimiento de pertenencia al grupo; el materialismo y el consumismo nos han incapacitado para el sufrimiento; todo esto nos hace mucho más vulnerables y manipulables, así toleramos y hasta deseamos trabajos rutinarios, conflictivos y poco creativos que pueden darnos dinero pero que nos empobrecen emocionalmente; mantenemos relaciones impersonales superficiales y vacías, basadas en intereses egoístas y de esta manera el abuso, el ventajismo y la corrupción nos parecen normales; se crean falsas necesidades y se nos impulsa a perseguirlas compulsivamente, se propone como esencial lo que no lo es y gastamos nuestras energías en perseguir quimeras sin sustancia. Todo esto nos vuelve seres estresados, asustados, ansiosos y angustiados y por tanto vulnerables. No se nos enseña a enfrentar y resolver nuestros conflictos, y los problemas que no se resuelven y el miedo que no se encara, tarde o temprano acaban volviendo, y lo hacen con más fuerza. Las cosas no son como queremos o suponemos que deberían ser, son como son por mucho que nos moleste o desespere; aceptarlo y comprenderlo nos libera y nos permite iniciar el camino del crecimiento interior y de la realización, dónde la ansiedad recupera su sentido adaptativo.
Nuestra capacidad para interpretar los acontecimientos vitales como retos en lugar de como amenazas, ver las piedras en el camino como escalones y no como obstáculos; llegar a tener la percepción de un alto grado de control sobre las situaciones problemáticas, que se consigue con el conocimiento de nosotros mismo, valorándonos con ecuanimidad, y sabiendo cuales son nuestras fortalezas y nuestras carencias; la flexibilidad para ajustarnos a los acontecimientos que no se pueden cambiar; y disponer de apoyos sociales de calidad, con un mayor sentido de conexión con amigos y familiares, sirven para modular el efecto del estrés y la ansiedad, y nos ayudarán a fluir y desarrollar todo nuestro potencial.
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